lunes, 5 de diciembre de 2011

La muerte


Saliendo de la piojera, luego de beber unos cuantos terremotos, la luz artificial de Santiago me hizo difícil el camino. Bajé por calle Puente, hasta Plaza de Armas donde me encontré con un viejo amigo, el cual se acercó a mí a una velocidad inesperada. Levanté mi mano como saludo y éste me agarró entre sus brazos y me dijo: “Heredia sácame de aquí, me quieren matar”. Busque en mi cinturón que el arma estuviese firme pero el disparo fue rápido y certero, no alcancé a desenfundar el arma cuando vi a mi amigo en el piso, bañado en su propia sangre. No sé si fue el efecto del alcohol lo que hizo que mi reacción fuera tan lenta o los años que se me venían encima como una condena de ser menos ágil. Me quede tirado junto a él, esperando un milagro, ese maldito milagro que he esperado toda mi vida, pero fue imposible. No reaccionó y sus ojos no volvieron a ver la luz nunca más.
En Puente con Catedral a un costado de la Iglesia está su tumba callejera, una tumba a la cual nunca llegaran flores, sólo basura y pisadas de la gente.

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